Estados Unidos miente, los sionistas mienten, los menguados funcionarios europeos mienten. Siempre lo han hecho, y por siempre seguirán haciéndolo. Por gusto, por su naturaleza, pero, sobre todo, porque lo necesitan.
Un círculo de embustes y de soporte para las grandes injusticias de nuestra época, la cual debemos romper cuanto antes: que mentir no sea suficiente para los genocidas.
La normalización de la mentira
Cada vez quedan más al descubierto las falacias. Y son tan obvias y de tal desfachatez que, incluso, los medios afines, aquellos del corral particular, reconocen algunas.
Lo hacen, claro está, con mayor o menor grado de edulcoración, o con el fin soterrado de ocultar engaños mayores.
No lo hacen por objetividad o coherencia, sino por lo contrario. Porque aun ciertas verdades mal dichas son monedas de uso ventajoso en manos sucias: agrandan la confusión.
La cuestión relevante, desde mi punto de vista, es que nada les importa. Una situación inversamente proporcional: entre más embustes quedan al descubierto, menos les preocupan.
La cara se les ha hecho bastante dura a las dirigencias criminales, máxime, en sociedades confundidas. La razón, elemental: se saben portadores de total impunidad.
Un sistema diseñado para la impunidad
Todo está instituido para que así sea. La impunidad ha de ser absoluta. Los grandes medios están para lavarles la cara. La justicia, para exculparlos, y la sociedad, en su conjunto, para disculparlos.
A sociedades que tienen como paradigmas a bandidos y cuatreros, como es el caso de la estadounidense, les importa poco avasallar pueblos, cometer fechorías y que las descubran. O perpetrar genocidios, o apoyarlos.
Otro tanto acontece con sociedades que, según el capricho y la libre interpretación histórica y religiosa, se consideran a ellas mismas elegidas, predestinadas para ser dueñas del mundo y menospreciar a las demás, como la israelí.
Ese tipo de sociedades enfermas regularizan las infamias porque en ellas prosperan, y siembran el caos porque de él se nutren.
La impunidad es parte consustancial del mecanismo. Ni es supletoria ni es fortuita.
Ella aceita y mantiene a la anomalía andando en el tiempo, con partidos de nombres variables que son de idéntica ideología y con cabecillas plenamente sustituibles.
Aunque lleven más de treinta años haciendo creer que son irreemplazables, como Benjamín Netanyahu, al final de la jornada no son sino estampas descartables.
Que mentir no sea suficiente para los genocidas
Eso, justamente, es lo que hay que acabar. No más las visiones que, gracias a copiosos capitales, influencias diplomáticas, industrias culturales y tecnológicas, y parafernalias mediáticas, manipulan y engañan a medio mundo.
Desde los apoyos diplomáticos comprados a través del poderoso cabildeo sionista del Comité de Asuntos Públicos Estadounidense-Israelí (AIPAC), en Estados Unidos, por ejemplo, hasta los poco sutiles mecanismos de seducción proisraelíes de Hollywood.
O del codicioso y muy interesado apoyo corporativo y financiero a las adhesiones conseguidas mediante las amenazas del tramposo estigma “antisemita”.
Una manipulación entroncada en lo más cotidiano de pueblos educados para el servilismo, informados con tergiversaciones y entretenidos con infundios.
La objetividad tendenciosa, la realidad como invención. Una maldad a la que se le tiene que poner fin: los terroristas, desde hace más de un siglo, han sido los sionistas, llamados, desde hace 77 años, israelíes. No los palestinos.
Así como los agresores en la más reciente confrontación bélica, la de los doce días que tardará quién sabe cuántos años en terminar, fueron Israel y Estados Unidos. No Irán.
El llamado a la acción: hacia un cambio de óptica
Hay que denunciar las mentiras, dejar al descubierto los montajes, y, sobre todo, hay que hacer que les importe. Es fundamental.
Tienen que operar mecanismos de justicia internacional personalizados contra estos criminales, porque son responsables directos de crímenes de guerra, crímenes contra la humanidad y genocidio.
Las responsabilidades son, tanto de los Estados, como de los individuos. Los mecanismos de la muerte no son ilusorios y los entes que la generan tampoco son abstractos.
Las estructuras perversas operan porque seres perversos las ordenan. Y unos y otros, como tales, deberán ser juzgados y asumir las fatídicas consecuencias de sus acciones.
Hay que conocer lo que se mueve por el mundo y denunciarlo, pero, además, hay que variar la óptica misma de las sociedades.
Algo que, por suerte, gracias a las acciones desproporcionadas de estos individuos, empieza a variar.
Lo inmutable cambia
Los innegables y desmedidos abusos cometidos por la entidad sionista contra el pueblo palestino están cambiando la perspectiva con que se los ve.
Menos personas en el mundo tragan enteras las mentiras propagadas y toleradas durante décadas.
Las movilizaciones contra el genocidio israelí en Gaza, que se llevan a cabo en decenas de países en el globo, se vuelven multitudinarias.
Tanto, que los propios gobiernos cómplices de Israel son incapaces de impedirlas y que los medios confabulados no logran acallarlas.
Algo similar ocurrió con las masivas manifestaciones de solidaridad con Irán, país víctima de múltiples agresiones sionistas e imperialistas contra su territorio.
La República Islámica, por más de dos décadas, desde la tarde del 29 de enero de 2002, cuando el expresidente estadounidense George W. Bush pronunció el discurso del Estado de la Unión ante el Congreso [1], cargó con el estigma de hacer parte del llamado “eje del mal”.
En unos pocos días, o, mejor, en menos horas de las que pensamos, los iraníes le retornaron al artífice su criatura de años. Lo hicieron con sus propias fuerzas, su resistencia y dignidad.
Israel y el propio Estados Unidos siempre han sido el eje de las infamias. Irán exhibió la maldad, pero, también, desveló la debilidad del mal. Y el mundo entero lo sabe.
La entidad sionista y Estados Unidos yacen plantados ahora en la agreste superficie que ellos mismos concibieron y de la que nadie, ni con más mentiras ni con nuevos engaños, va a sacarlos.
Referencia
[1] The White House. Discurso del presidente sobre el estado de la Unión. 29 de enero de 2002. En: https://georgewbush-whitehouse.archives.gov/news/releases/2002/01/20020129-11.es.html
Ver también
Entrevista original en HispanTV:
‘Un mundo unido puede acabar con impunidad de EEUU e Israel’